Trecientos
kilómetros al sur de la capital de Perú se encuentra la región más
extraordinaria del continente sudamericano. Ahí está la meseta rocosa de Nazca,
sede de las líneas misteriosas que hicieron pensar en pistas de aterrizaje
para naves venidas de antaño en el cosmos. Otra versión, menos
fantástica, sugiere que se trataba de gigantescos calendarios, puesto que las
líneas señalan a determinadas estrellas.
Frente
a la bahía de Pisco existe el enorme candelabro de tres brazo, dibujado en la
ladera de una colina que mira al mar, que nadie sabe quién lo trazó ni con qué
propósito. ¿Sirvió antaño como faro para quienes llegaron navegando desde el
oeste?. En el extremo sur de la bahía de Pisco está la península de Paracas, rica
en cuevas. En una de ellas se descubrió, en años pasados, unas momias que
databan del siglo V a. C., que se conservan todas en bastante buen estado,
gracias a la sequedad del desierto contiguo.
Lo más
curioso de los seres momificados, acaso miembros de la nobleza, es que tienen
los cabellos rojizos -lo que indica que no pertenecen a los pueblos
nómadas venidos de Siberia por el estrecho de Behring, y están sentados, como
si estuviesen a la espera de levantarse y escuchar una señal y salir corriendo
a disfrutar de nuevo los goces de la vida.
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